Aquel 25 de febrero de 1983 era viernes y dicen las crónicas de la época que fue un día templado de invierno. Extremadura acudió al Congreso para reivindicar su autonomía. La prioridad, tener voz propia en el conjunto nacional. Y, para eso, se aprobaba su norma institucional básica: el Estatuto de autonomía.
La letra de la ley sonaba bien, como se recoge entre los objetivos básicos:
"Elevar el nivel cultural de los extremeños, corregir los desequilibrios territoriales entre ambas provincias, o fomentar el progreso económico, propiciando el pleno empleo..."
Y también el Estatuto nos permitía dotarnos de nuestros símbolos: la bandera, el escudo y el himno, cuya letra fue obra de José Rodríguez, y la música la puso Miguel del Barco.
Fueron los primeros pasos, aunque insuficientes para alcanzar el pleno autogobierno. En 1991 el texto volvió al Congreso para modificarse. Extremadura quería que sus elecciones autonómicas y municipales se celebraran en mayo, y no en pleno verano.
En el 94, el Estatuto volvió a sufrir otra reforma. Con ella, Extremadura podría gestionar por sí misma un mayor número de competencias, como las carreteras, el urbanismo, o los espectáculos públicos.
En 1999 llegó la tercera reforma, de más calado que las anteriores. Con esta modificación Extremadura asumía todas las competencias para gestionar la educación y la sanidad.
Y la cuarta y última modificación fue en 2011, cuando se exige una mayor financiación del Gobierno para alcanzar la convergencia con el país.
40 años después, la letra y la música del Estatuto siguen recordándonos que quedan cosas por hacer... la autonomía está inacabada.